Piedras contra Alfredo Yabrán. En 1997 fue atacado al salir de una reunión en la Casa de Gobierno. Foto Daniel Vides / NA
El 17 de marzo de 1992 fue un día clave para Ángel. A raíz del atentado a la Embajada de Israel, Alfredo Yabrán había decidido contratar personal privado para que lo cuidara y lo acompañara a sol y a sombra. Así fue como Ángel, que entonces tenía 30 años, llegó a su vida. “A Alfredo todavía no lo conocía nadie”, dice.
“Trabajar con él era como estar en un régimen militar”, señala. La impuntualidad y los errores eran algo que él no toleraba. En una ocasión, uno de sus compañeros se equivocó al hacer una fotocopia, y por tres meses Yabrán no le pidió más nada.
Las sanciones que Yabrán imponía, se cumplían. Y no había flexibilidad alguna. Las órdenes o los castigos, venían precedidos por el siguiente imperativo: “Vení. Sentate ¿Querés un mate?”. Si decía eso, los empleados entendían que detrás del ofrecimiento, se escondía un reto. “Él siempre te llamaba y te iba a decir las cosas de frente. Entonces, cuando te invitaba unos mates, era porque algo te habías mandado. Sabía que me iba a cagar a pedos. Era pésimo cebando mate”, recuerda.
"Tomaba muchos recaudos en la incorporación del personal. A todos se nos hacían informes. Iban a la casa, después averiguaban con los vecinos y pedían antecedentes. Era para evitar incorporar gente que pudiese traer problemas o inconvenientes", remarca.
Cuando llegó por primera vez a la oficina, Ángel se encontró con una persona “normal”, alguien que no cumplía con lo que él imaginaba que debía ser un empresario. Su tarea era formar parte de un grupo reducido, de menos de 15 personas, cuyas funciones variaban día a día. Desde atender a la gente y organizar reuniones, hasta ocuparse del traslado del jefe a cualquier lugar.
“Yo no soy bueno. Yo invierto en ustedes”, les solía decir como una manera extraña de expresar cercanía. Les hacía obsequios: Yabrán le regaló al hijo de Ángel entradas para ver el show de Disney On Ice en el Luna Park en 1996. “Gracias a eso mis hijos tuvieron la posibilidad de estar en primera fila. El hielo les salpicaba en la cara”, rememoró.
“No lo hago porque soy bueno. Si no porque invierto en ustedes para que solo tengan la cabeza para pensar en mí”, les machacaba el empresario.
Las encomiendas de Yabrán
Sin hacer preguntas, debían acatar las órdenes al pie de la letra. Todos tenían acceso a la oficina y a la información justa. Las órdenes y los encargos del empresario tenían que ver con llevar cosas a ciertos sitios. “Hay que llevar esto”, les decía Yabrán en persona. Y sus empleados entendían a la perfección la directiva: se subían al auto y se dirigían al lugar donde los esperaba alguien que recibía lo que llevaban o viceversa. No mediaba la palabra. Eran cadetes de lujo.
Pero para Ángel el día arrancaba con una orden especial: la decoración del despacho ubicado en la calle Carlos Pellegrini. “Todas las mañanas tenía que ir a comprar flores frescas para la oficina”, admite. Detrás del empresario severo había un hombre que pedía flores para comenzar el día. “Siempre tenía que haber jarrones llenos de rosas frescas”, agrega Ángel.
Verano del ‘96. Pinamar era el epicentro de la política y la frivolidad. Para los empresarios, el punto de encuentro para hacer negocios y participar de fiestas exclusivas que organizaban los grandes personajes de la temporada. Yabrán no era ajeno a ese movimiento, por el contrario, el empresario -desde el anonimato- sabía cómo manejarse en ese lugar que consideraba “su mundo”.
En Pinamar -al igual que en Buenos Aires- tenía un equipo de seguridad que lo esperaba y trabajaba para él cuando llegaba. Eso no significa que mientras él estaba en Pinamar, el equipo de Buenos Aires se tomara los días. Debían seguir todos al pie del cañón, por si el empresario decidía volver y retomar sus actividades en la ciudad. “Pero lamentablemente, la gente que se debía ocupar de hacer las cosas bien, no lo pudo hacer”, reflexiona Ángel con la mirada fija en el piso. Se lamenta.
El viernes 16 de febrero de 1996, el fotógrafo de la revista Noticias, Jose Luis Cabezas, logró capturar el rostro del empresario, cuando caminaba en la playa junto a su esposa, María Cristina Pérez. Esa foto rompió la incógnita que había generado la figura de Yabrán, le puso rostro al hombre misterioso que hasta entonces había sido. El mismo hombre que ya confrontaba con el poder político y había sido denunciado por el ministro Domingo Cavallo en la Cámara de Diputados.
Según Ángel, su jefe sabía que la foto iba a ser publicada, pero no hizo nada para impedirlo. El 3 de marzo de 1996, salió publicada la tapa de Noticias con el titular: “Yabrán ataca de nuevo”.
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Y ya que estaba, mando a matar un fotografo.
ResponderEliminarHola Julia soy Graciela de Córdoba, hacía mucho que no entraba a tu página, ya que estoy muy ocupada cuidando mis tres nietos y tratando de cuidarnos Rodolfo y yo, haciendonós todos los chequeos médicos ya que durante la pandemia no lo pudimos hacer. La verdad que tuve una gran sorpresa al leer la nota sobre Yabrán, ya que la persona que habla contando lo que pasó con Alfredo es primo mío, el supo contarnos sobre lo buena persona que era sobre todo con él, dice que era muy bondadoso y de buen trato con el personal, pero también quería que su personal cumpliera todas las órdenes.
ResponderEliminarBueno querida Julia te deseo mucha suerte y sobre todo buena salud, siempre te recordamos
Muchos besos Graciela y Rodolfo.
Hola querida Graciela!
ResponderEliminar¡Qué lindo es leerte!
En cuanto a lo que contás, evidentemente no se equivocan quienes dicen que el mundo es un pañuelo.
Les mando un fuerte abrazo para vos y Rodolfo!
Los quiero!
♥ ♥