Temporada en el infierno: ¿Qué pasa realmente en algunas obras que promocionan humor ATP? La realidad...

Sergio Massa fue a ver los Bañeros. Como se sabe, está en campaña, y eso a veces lo obliga a flagelarse. Raro no ver a Loly en medio de quienes lo rodean, ¿habría ido al baño justo en ese momento?

No hay que confundir humor popular con torpeza humorística. Moria Casán y Damián Szifrón son buenos exponentes de un humor que por ser popular no pierde inteligencia. En la vereda opuesta encontramos una obra como Los bañeros se divierten, que extirpa la risa rematando sus gags con groserías o enredándose en la improvisación autorreferencial.

Las obras taquilleras de Carlos Paz suelen ser desprolijas, efímeras y jamás aspiran a su reposición ¿Por qué el público reivindica libretos flojos pagando una entrada? Star system de lentejuela derretida. El gancho es siempre un combo de caras conocidas y favoritismo mediático, inhabilitando el boca en boca. Consideremos que el espectador de Carlos Paz es particularmente nómade, con estadías muy cortas en la plaza. Aquél que se fue no podrá recomendarle nada a ese que recién llegó. Entonces, por exceso de cautela, el turista seguirá a la taquilla y la taquilla seguirá las reglas básicas del marketing. Círculo vicioso que desprotege obras modestas pero de solidez conceptual como Casi Diva o Bulebu.

Promocionar a la obra taquillera como apta para toda la familia es determinante. Si el espectáculo promete entretener a niños y adultos, atrapará como un embudo a la totalidad turística. Esta promesa ATP hace de las obras productos esquizoides, demagogia que pretende divertir al niño con humor naif pero también excitar al padre con mujeres a dos elásticos de quedar desnudas. La disociación aumenta si se ambiciona el suspiro adolescente y la gratificación de las madres por la transmisión de buenos valores a sus hijos. Polivalencia que desvirtúa lo popular y acaba estupidizándolo.

En Casa fantasma, tres herederos deben capturar a un cacique muerto que protege un tesoro. En Los bañeros se divierten, tres bañeros ahuyentan vampiras porno-soft que quieren tomar sol en una playa. Argumentos fáciles de seguir con registros actorales ligados al clown, permitiendo que el déficit interpretativo se oculte bajo el slapstick. Es en esta atmósfera Scooby-Doo donde se incrustan las obscenidades para el espectador masculino, sin mayor función que el exabrupto hormonal o la risa caprichosa.

Gladys Florimonte es Brujilda, una bruja que lubrica su entrepierna cuando ve a Mariano Iúdica, mientras éste se ratonea con una Niña Loly paseándose en bikini y tacos aguja. Lizy Tagliani desata infinitos chistes homofóbicos aludiendo a su masculinidad mientras Emilio Disi se las juega de viejo verde y Lourdes Sánchez irrumpe bailando reggaeton. Algo llamativo es que los mismos actores reconocen en escena el tono elevado de las situaciones y con guiños perversos derivan sobre los padres la responsabilidad pedagógica. “Tranquila, señora, después le explica a su hijo”, comenta un Iúdica impune.

Esta problemática de ningún modo es moral; es rigurosamente estética. Toda obra posee marcas estructurales que le otorgarán su lógica interna. Priscilla, por ejemplo, apela constantemente a la picardía obscena pero jamás desafina. Nada está fuera de lugar en su universo.

Stravaganza, Estados del Tiempo grafica perfecto el atropello de un registro sobre otro. Todo el encanto que obtiene el cuerpo de bailarines es sofocado por los monólogos picarescos de Flor de la V, arrojando sobre un espectáculo grandioso el legado obsoleto de Gerardo Sofovich.

Las alusiones sexuales en el humor popular son ley. Basta hacer un repaso por obras icónicas como Gargantúa y Pantagruel, El Cantar de los Cantares, El Decamerón, Las Mil y Una Noches, Los Cuentos de Canterbury, el teatro de Molière, el cine de Chaplin o Buster Keaton. Obras felizmente populares, pícaras, desenfadadas, irreverentes, groseras, pero preocupadas por mostrarse inteligentes ante su público, sin subestimarlo. (La Voz)