Historias de peluquería
Un buen sábado hace unos meses tenía que acudir a una reunión con
gente de la industria de la moda muy top, en un edificio muy chic del
Centro. Hacía relativamente poco que, además, me había mudado a Villa
Crespo. Tenía el tema vestuario resuelto, pero faltaba la visita a la
peluquería y no contaba con mucho tiempo.
En Recoleta tenés aproximadamente una o dos peluquería por cuadra,
pero en este nuevo barrio, descubrí que la cosa no es tan sencilla sobre
todo si recién estas conociendo la zona. Es así que terminé optando por
una peluquería llamada “Silvia”. Ni de cadena con nombre de estilista famoso, ni mucho menos la palabra estilista figuraba
en ninguna marquesina. Silvia era la única opción abierta y con
disponibilidad para atenderme.
La verdad es que el look del lugar no ofrecía un marketing cuidadoso,
ni uniformes en colores net ni uñas extravagantes de su personal. Allí
estaban Silvia y sus colaboradoras, con unos batones de color naranja
con botones grandes de plástico, y unos batidos en el pelo que me
recordaban a la permanente ochentona de mi mamá.
“Al fin y al cabo un brushing es un brushing” y opté por entrar. El
tiempo apremiaba. Silvia comenzó a batir mi pelo con poca fuerza,
dejando un más que leve frizz en mi cabellera. Yo a la vez empecé a
ponerme nerviosa mientras proyectaba que llegaría al evento luciendo
como Farrah Fawcett o Sigourney Weaver en su juventud. “Después te hago
una planchita” me tranquilizaba Silvia, al notarme desfigurado el rostro
por la insatisfacción.
En eso estaba cuando, ingresa una señora de unos 80 años o más, sin
aliento, muy entrada en kilos, al borde del colapso. Silvia, Marta e
Inés, la manicura, le ofrecieron una silla. “Hoy no te pudo traer
Alberto? Sos loca de salir a la calle sola, con este calor y hacer 3
cuadras. Sabés que no podés”.
No sé bien qué parte accionó en mí esa frase que decidí, francamente, rendirme y entregarme a la experiencia.
Salí del espejo en el que me miraba de frente (a mi y a mi pelo
inflado), y empecé a escuchar. Los diálogos eran de conocidas de todos
los días. Las clientas, eran habitúes fieles de Silvia. Con Silvia, se
hacían las manos, los pies y la toca. Uñas perladas en colores salmón, revistas viejas y carteles con famosos de otras décadas y nuestra heroína adornaban el lugar.
Silvia estaba casada con su primer novio desde los 14 años. A los 16
tuvo a su primer hijo. A los 21 perdió a su segundo hijo. A los 23 abrió
la peluquería. Marta era su cuarta hija, encargada de la depilación y
del color de las clientas. Inés era su cuñada, viuda y sostén del hogar.
Rosa era una fiel clienta, y estaba al lado mío. Mientras la tintura
tomaba un color rojo furioso, empezó a contar de su cita a la noche.
Divorciada y habitué de los solos y solas, esa noche Oscar la había invitado a salir, por fin, después de tantos
sábados y charlas por teléfono. “Yo quiero un compañero, a mis 63 años
quiero sexo, amor y pizza con películas los sábados”, me contó, como si yo le hubiera pedido opinión, y como
cualquiera de mis amigas solteras, sufriendo la histeria masculina que
no tiene edad, al parecer. En el medio, mi pelo iba tomando una forma
extraña, pero ya no me importaba.
Disfrutaba el ritmo, las conversaciones y el clima de barrio y de mi
infancia de los 80s. Recordé mis sábados en la pelu con mamá y mi
hermana, el olor a cera, y al secador de pie donde permanecía durante
horas. Esas mujeres se conocían de hacía muchos años, seguían sus
historias de vida, sus dolores, alegrías y fracasos sábado tras sábado.
No perdieron el placer de ir despacio, de que el tiempo no es un
factor a tener en cuenta, de la charla abierta y franca, de planificar
la comida de la noche. Marta terminó el color y el peinado y se cambió
en el baño. Salió con tacos, una remera de leopardo y unas calzas fucsia. Se pintó los labios de un rojo que
acompañaba su nuevo tono de pelo: era la señora que parecería ridícula a
un ojo descuidado, pero yo la vi radiante y esperanzada. Se sentía
seductora y espléndida y terminó el look con un polvo en cisne que se
notaba avejentado marca “Mon Amour Paris, New York, Roma”.
Mi planchita terminó firme y lisa. Llegué al evento, me elogiaron mi
pelo rubio y largo, y me preguntaron si había ido a tal o cual famoso
estilista. “Fui a lo de Silvia”. Y relaté la experiencia a editoras,
columnistas y profesionales de la industria. Terminamos hablando de
nuestra niñez y de la falta de candidez y del tiempo que antes teníamos para las pequeñas cosas. Al otro día me fui a lo de mamá, le llevé flores, y me tomé el tiempo para hacernos unos mates y charlar. Pero no le conté que lloré por todos esos sábados
en que aburrida, le insistía que nos fuéramos rápido, mientras ella se
hacía la permanente. Sábados gloriosos, que no volverían nunca más, salvo aquellos en donde me escapo
aún a lo de Silvia a atrapar algo del recuerdo de la niña que fui. Y
seguir la historia de Rosa con Oscar, por supuesto.
Fuente: Perfil
ALGUN DIA LES VOY A CONTAR YO UNA HISTORIA QUE TENGO DE LA PELUQUERIA.
ResponderEliminarINCREIBLE LO QUE ME PASO.
que lindo relato el de esta mujer.
ResponderEliminara veces hay que mirar alrededor de uno para encontrarse con la esencia de la vida.
igualmente me alegro que le haya quedado bien el pelo, de haber sido lo contrario no creo que hiciera un relato con onda tan caritativa.
hola fort!!!! que andas haciendo por aca??? visitando el blog de julita???? no sos para nada tonto vos ¡ehhh??!!!
eso si, aca no vengas a buscar camorra porque te mandamos de vuelta a miami, pero con una novia.
no, es chiste jiji, no me regalas chocolates????? pero que sean todos de licor.
de vez en cuando me encanta chupetearme.
sera por estas pequeñas cosas que entro al blog,va terminando este domingo triste y Socorrito me hizo descotillar de risa
ResponderEliminarte quiero RICARDO FORT!!! noto que siempre sos sincero! también con Jey mammón!!cuidá tu salud y tu estrés!!
ResponderEliminarDIVINO Y NOSTALGICO RELATO. GRACIAS JULIA.
ResponderEliminarBonito relato para hacer una pausa y entregarnos a la nostalgia... y si estamos a tiempo, conectar con las cosas que verdaderamente importan.
ResponderEliminarLa historia me trajo recuerdos propios, a mí, más que la peluquería, la cera de pisos y la crema "hinds" me recuerdan indefectiblemente a mi mamá, porque los sábados eran de limpieza general y todos teníamos que ayudar, los pisos quedaban un espejo y para mantenerlos teníamos que usar "patines" (los de tela obvio) pero las manos le quedaban a la miseria, así que "la hinds" era obligada tras la faena.
Me está pareciendo que la voy a llamar... aunque más no sea para preguntarle si está viendo el partido de Unión :)
Hermoso relato. Yo también iba a la peluquería con mi mamá.Es inolvidable el olor al fijador de pelo.
ResponderEliminarme encanto leer la nota y todos los mensajes que dejaron!!!! y ahora a dormir... soy maestra y mañana volvemos a las escuelas!!!! ojala sea un muy buen año!!!!
ResponderEliminarNo me gusto. ¿Sera porque las ultimas peluquerías de barrio se fueron en los 80's?
ResponderEliminarEn los 90's surgen los coiffeur. Y las peluquerías pobretonas de barrio, quedaron out. Yo conozco buenas peluquerías por Palermo. La periodista como no tenia notas para poner, de la manga saco esta notita para señoras.
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ResponderEliminar¿Y la imaginación? ¿Y la ensoñación? ¿Nunca las ejercitás? A veces no es necesario ser tan realista para leer una historia que nunca sabremos si es real o no (como cualquier otra historia), pero que nos mueve las fibras más íntimas, tal vez desde una cierta candidez que de vez en cuando es bueno dejar aflorar.
estas niñas tan modernas y se dejan estropear el pelo con cualquier cosa.
ResponderEliminarcuando yo era jovencita no hacia falta ponerse toda esa electricidad en la cabeza, nos poniamos cerveza blanca para marcarnos el pelo y que frizz ni frizz, perfecto quedaba!!!!
y para lavarnos lo haciamos con jabon de lavar la ropa y de crema enjuague un chorrito de vinagre.
no se pueden imaginar lo suave y hermoso que nos quedaba el pelo.
pero lo mas lindo era como se sentian atraidos los muchachos cuando bailaban con nosotras, imagínense... teníamos olor a cerveza!!!!!! jijiji
Hermoso relato, a mi me pasó lo mismo ayer...es que los domingos son muy nostálgicos y recordaba y añoraba volver a mi casa y estar con mi Mamá.
ResponderEliminarme encanto. me hizo recordar mi vida. yo iba a una peluqueria de barrio.. lili me dejaba el pelo mejor que cualquier peluquero de prestigio.. nunca mas pude encontrar otra peluqzuera igual..
ResponderEliminartambien recuerdo los relatos de las clientas..
como extrano mi pais y esas pequenas cosas...
quiero hacer una pregunta, el ricardo fort que escribe, es ricardo fort el millonario???.
SERA EL VERDADERO RICARDO FORT?
ResponderEliminarChe Ricky, vos te acordas cuando ibas a la pelu con tu mamá?
ResponderEliminarterminé llorando y pensando en esos momentos que con mi madre la apuro y que no los voy a volver a andar..... que triste y a veces cuando tenemos estos pilares en la vida, nos parece tener nada, no los valoramos...hacerse grande es extrañar a los padres anticipadamente...
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