Alfombra

"Yo a Daniel Scioli le diría lo que alguna vez le dije: el que se disfraza de alfombra no debe quejarse si lo pisan." (De Eduardo Duhalde.)
 

El gobernador bonaerense suele ser vapuleado periódicamente con bastante saña ¿Por qué le pegan tanto? ¿Por qué castigan a un hombre bueno? "No es castigo ninguno: es algo natural; a las alfombras hay que sacudirlas de vez en cuando. Por los ácaros, ¿vio?", dicen los miembros de la Pingüinera.

El día que algún torpe no le derrama café con leche sobre la espalda, un fumador desaprensivo le deja la colilla de recuerdo, lo araña un gato, es víctima de un perro incontinente, lo enjabonan de extremo a extremo para sacarle las manchas, lo vapulean o lo enrollan de pronto, lo meten en el placard y lo cambian un tiempo por otro con guardas y arabescos distintos para darle un descanso a los paseantes.

Scioli jamás se queja. El consejo de Duhalde es contraproducente y redundante. De la boca del estoico Daniel nunca brota un gemido ni un grito de impotencia ni una palabra amarga. La boca del campeón permanece cerrada, como era de esperar: ¿desde cuándo las alfombras hablan?
  
Primero, le transfundieron a Gabriel Mariotto en una operación sin anestesia a la que se sometió como un valiente. No contentos con eso, le soltaron al intendente Ishii para que le hiciera frente en las internas de agosto. Cristina festejará de cualquier modo: si gana Ishii o si gana Mariotto. Scioli recibirá el primer premio en la categoría "mejor revestimiento o tapizado".
 
Y bueno, qué va a hacer, peor le fue a Moyano. Y qué decir del pobre Luis D' Elía, cuyo glorioso movimiento, dijo, fue tratado lo mismo que un kelper. Lo barrieron de las listas de candidatos sin el menor cuidado ni respeto. Cuando se barre una alfombra, se toman, al menos, ciertas precauciones. En este caso, ni siquiera eso.

Ejemplos como éste deben servirle a Scioli para restañar sus heridas. Una alfombra de buena calidad tiene su estatus y su precio. Es un artículo de lujo. Los grandes dirigentes, como el gobernador, saben bien que el orgullo es lo último que se pierde.

Hugo Caligaris

Fuente: La Nación